En junio de 2015, Gastón Merello sufrió un terrible accidente automovilístico, se salvó de milagro y como secuela le quedó una severa lesión medular que le cambió la vida. Pese a la adversidad, el ex futbolista salió adelante y hoy está próximo a recibirse de abogado. Una historia conmovedora de superación y resiliencia.
El atardecer del sábado 20 de junio de 2015 transcurría como cualquier otro día. Frente a la Plaza de La Emilia, en la calle Eraclio Ferreira al 277, se preparaba todo para celebrar el primer día del padre con el pequeño Giovanni en la familia, hijo de Kerly. “Yo me encargo de hacer el asado de mañana”, largó Gastón. La noche lo esperaba: salida con amigos y el destino era Villa Constitución. Lógico para alguien de 21 años, sólido defensor en el fútbol en su querido La Emilia, empleado en una empresa de Motos y con inmensas ganas de ir a bailar para divertirse.
Pero la madrugada y el destino le tenían preparada una trampa para la que nadie está preparado. Después de bailar, volviendo a su querido pueblo tuvo un accidente sobre el autopista a la altura del Arroyo del Medio. Gastón quedó atrapado en el habitáculo mientras las llamas comenzaban a arreciar. El conductor del otro auto lo pudo rescatar en medio del infierno. La madrugada se volvió de terror y nada sería igual.
“El pronóstico no era nada alentador y muchos les sugerían despedirlo”. La situación era muy crítica, pero esa señora de temple insuperable y alma de guerrera, nunca perdía la fe y miraba de cerca todo para que cuidaran a su segundo hijo que luchaba estoicamente cada minuto. Él no podía hablar, ni moverse pero escuchaba TODO.
Sobreviviendo a varios paros cardíacos e incontables neumonías. Quemando libros y pronósticos de “distinguidos” especialistas. Con el escudo protector de su mamá Raquel, quien lo blindó de personajes oscuros, lo cuidó y lo sigue protegiendo, siendo su ángel guardián junto a sus hermanos y sobrino.
“Nunca subestimes el corazón de un campeón”, recomendaba siempre Rudy Tomjanovich, entrenador leyenda de la NBA. Y el corazón de Gastón Luis Merello latió siempre, batallando cualquiera fuera el escenario a partir de una severa lesión medular que quedó como secuela del siniestro.
En aquél momento, el fútbol lo acompañó y el Torneo Clausura 2015 de la LNF que conquistó Matienzo llevó su nombre.
De repente, de la noche a la mañana, su vida osciló de la agonía y angustia de la UOM a la primera parte de la recuperación en Aprepa (Centro de Rehabilitación Integral) en la pequeña San Gerónimo Sud (localidad santafesina de 3 mil habitantes). De Aprepa al Fleni de Escobar en mayo de 2017 para lograr mayor independencia en su accionar diario, y del Fleni a su hogar, dulce hogar de la calle Ferreyra.
Demasiado vértigo en tan poca vida. Siempre para adelante, como su ADN de gladiador lo caracteriza.
“Muchas veces la gente que pasa por esta situación lo primero que le sale decir es el ‘NO PUEDO’, el ‘NO PUEDO’, y ME DUELE ESCUCHAR ESAS COSAS. ME HA TOCADO HABLAR CON MUCHOS PACIENTES CON LOS QUE ME REHABILITABA Y TRATO DE CAMBIAR ESE MENSAJE, ESO ME LO DIERON MIS VIEJOS Y LA GENTE QUE ME CRIÓ, con la que me rodeé desde chico (COMO ME DIJO UNA VEZ MI TÍO JOSÉ, DE LEÓN PARA ARRIBA).
"A NO BAJAR LOS BRAZOS NUNCA, JAMÁS EN LA VIDA”, siempre repite a quien quiera escucharlo este hincha de River, fana del fútbol, rugby y boxeo, que escucha cuarteto.
El carismático rubio, aguerrido defensor central que jugó el partido más importante en la historia de La Emilia frente a Vélez por la Copa Argentina el 22 de abril de 2015 en cancha de Banfield y en la Selección Nicoleña Sub 13, 15 y 17. El hermano del medio, entre Kerly y Maximiliano.
“Y con tu ejemplo Gastón vos nos enseñaste, que no hay partido perdido; está prohibido resignarse”, reza la letra de “Corderos&Leones”, la hermosa canción que le escribió la banda nicoleña Sálvese Quien Pueda (y él, vaya si pudo).
El próximo 21 de junio se cumplirán 9 años de “la nueva vida”. Hoy Tonga tiene 31, está a punto de recibirse de Abogado en la Universidad Siglo 21. Continúa entrenándose, como desde hace años, todos los días. Su ahijado Gio creció y juega al fútbol en el Pañero. Lo que más disfruta es ese mate de por medio con mamá Raquel del otro lado de la mesa. Su sonrisa sigue brillando intacta, radiante.
Es que este León venció al destino por demolición.
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