Los valores Sanmartinianos, el día del Niño, y mis respetos a los hijos del Paraguay
Por Luis Simonetti.
La introducción al Código de Justicia Militar redactado por el mismo General San Martín, rezaba que: “La Patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas. La tropa debe ser tanto mas virtuosa y honesta, cuando es creada para conservar el orden de los pueblos, afianzar el poder de las Leyes y dar fuerza al Gobierno para ejecutarlas y hacerse respetar de los malvados que serían mas insolentes con el mal ejemplo de los militares...".
Si. San Martín, nuestro héroe y Padre de la Patria casi olvidado, hacía escuela del respeto al enemigo derrotado, al enemigo rendido, al enemigo en desventaja, por mas cruel que hubiese sido el combate.
Y pensaba hoy en la cercanía del día del niño. De nuestros niños. ¿Que tendrá que ver? Seguramente las plazas y paseos públicos de nuestra Ciudad estarán llenas de ellos, sus padres, abuelos, parientes, madres del corazón.
Hasta el Parque tan bonito de nuestra ciudad, que lleva el nombre de nuestro prócer, tantas veces sin bandera pero demasiados mástiles.
Aunque tampoco he podido dejar de pensar en que precisamente HOY, nuestros hermanos paraguayos “CONMEMORAN” el día del niño. Ellos no lo festejan. Vaya contradicción.
Nos hemos horrorizado por el Holocausto Judío, con ese que tal vez cambió el destino del mundo contemporáneo; nos hemos horrorizado por la mortandad de refugiados en las costas de Europa que cada día aparecen a merced de las olas en su último amanecer, escapando del hambre, de la miseria, del horror impuesto por gobernantes sin escrúpulos que terminan aplastando a sus propios connacionales.
Nos asombramos por la ola de emigrantes Venezolanos, que tratan de escapar al horror de un gobierno que alguna vez nos quisieron convencer que era el modelo ideal para nosotros.
Sin embargo, nos hemos olvidado de nuestros hermanos y vecinos Paraguayos. O, quizá han sido tan respetuosos de sus muertos que mantienen ese doloroso recuerdo en el silencio de los pueblos humildes de espíritu y del cual no todos conocemos el porqué ellos no festejan ningún día del niño, sino que lo conmemoran.
Cuenta la historia que fue una batalla cruel, impiadosa, incontable. Una historia que no se nos cuenta en las escuelas por lo despiadada y horrorosa.
Cuando en 1869 la locura de la Guerra de la Triple Alianza estaba llegando a su fin, Paraguay ya no tenía soldados. Su ejército heroico había sido diezmado. Solo quedaban apenas sus mujeres, sus ancianos y sus niños. Si, los niños. Esos que un día como el de hoy debieran festejar la vida, el futuro por delante, fueron disfrazados de “hombres grandes”.
A falta de hombres que defendieran el orgullo de una Patria invadida por envidia, por ambición, los niños fueron disfrazados con barbas postizas para que el ejército brasilero, su enemigo, los tomara por adultos y les presente combate.
Cuenta el historiador argentino José María Rosa, en su libro "La Guerra del Paraguay y las Montoneras argentinas", que "seis horas resistieron las cargas de la pesada caballería brasilera, que vengando el engaño acabaría incendiando el campo de batalla con sus oponentes infantiles".
SI leemos a Juan José Chiavenatto se nos llenan los ojos de neblinas al tratar de comparar el Código de Justicia Militar escrito e impuesto por nuestro Padre de la Patria a la escena donde los registros de la batalla cuentan que: "Los niños de seis a ocho años, en el fragor de la batalla, despavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasileros, llorando para que no los matasen. Pero eran degollados en el acto".
Insólita batalla, insólita y cruel matanza.
Al crepúsculo de ese día, las madres de los niños paraguayos salían de la selva para rescatar los cadáveres de sus hijos y socorrer a los pocos sobrevivientes, pero el Conde D´Eu, comandante del Ejército brasilero, mandó incendiar la maleza quemando a los niños y sus madres.
La orden, su órden, era matar "hasta el feto del vientre de la mujer". El Hospital de Piribebuy fue incendiado luego de que se cerraran todas las puertas y ventanas con 600 heridos, médicos y enfermeras dentro. El Archivo Nacional de la República fue sacado a la calle y con los documentos históricos se hicieron fogatas. La sangre corría por las calles como agua de lluvia, cuando se degolló a 900 prisioneros.
¿Será que por ser lejana, el horror de nuestros hermanos, o de los pueblos del mundo, duele menos?
Y mientras miramos hacia un costado, el murmullo de la selva paraguaya y el llanto de los niños que fueron disfrazados de “hombres grandes”, siguen queriendo llamar nuestra atención con algo que en las batallas bélicas del mundo no tiene comparación, no existen antecedentes de otros ejércitos integrados completamente por niños.
Fueron casi 3.000 niños paraguayos que defendiendo la tierra que los había visto nacer enfrentaron a 20.000 soldados del ejército brasilero, lo que se conmemora como un acto de heroísmo sin igual.
Por la masacre producida y hasta la actualidad, en Paraguay se recuerda la "batalla" de Acosta Ñu como un episodio de gloria. Y para conmemorarlo, todos los 16 de agosto en el Paraguay conmemora el Día del Niño como homenaje a esos pequeños soldaditos inmolados en la barbarie de una guerra sin sentido, entre pueblos hermanos.
Una sentida oración por esos ángeles que ya forman parte del Glorioso Ejército Invencible y los máximos respetos al Pueblo del Paraguay. Seguramente ellos enarbolarán sus banderas, orgullosos de ella y de lo que representa.
Dentro de dos días, nuestros niños tendrán su día (esos que han llegado a vivir y no han sido alcanzados por la ola abortista). Y mañana, recordaremos otro día más del Padre de la Patria. Sin ningún acto especial y quizá, si tenemos suerte, hasta le coloquemos nuestra bandera en el Parque que lleva su nombre en nuestra ciudad, el cual en el día a día ostenta mástiles vacíos, como si tuviésemos vergüenza de mostrar nuestro Emblema Nacional.
Y el Padre de la Patria, por ser padre, quizá nos comprenda tanta apatía, tanta corrupción, tanta cobardía. Total, a nadie le importa una triste y solitaria bandera al lado de una estatua que apenas recordamos a quien pertenece.